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Clases de Cocina

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Cita a ciegas en la cocina

Entramos a la cocina, la cual estaba impecable, decorada de manera tal que parecía de revista. El mobiliario era blanco, moderno pero minimalista. Una hermosa ventana permitía la vista al patio trasero de la casa.

El plan era preparar juntos la cena. Me posicione en la isla central de la cocina, el sobre era blanco con unas betas que parecían destellos de luz, un grifo, gavetas. Pregunté ¿Dónde están los utensilios? Para comenzar nuestra tarea, realmente estaba hambrienta.  -Permíteme guiarte. -me respondió delicadamente-. Lo primero que me gustaría, es vendarte los ojos.

Lo volví a ver pensando que estaba vacilando, pero en definitiva no lo estaba.  Tomó una bufanda, de un rosa muy pálido, nacarada y la puso en mis ojos.  Me preguntó si podía ver, acercándose a mi para comprobarlo.  Estaba tan cerca que podía oler su perfume.  Le contesté que no podía ver.

-Vamos a comenzar entonces. -me dijo. Le escuché abrir una puerta, luego el refrigerador, y algunas gavetas, sentí cuando pasó a mi lado.  Me tomó delicadamente por detrás de mi cintura y me corrió unos pasos, diciéndome -justo en frente tuyo he dejado algunos de los ingredientes, de nuestra cena de hoy.  Toma alguno y adivina que es.  Las reglas son: Tocar. Oler. No morder.  Imagine sus ojos viéndome, concentrado en ver mis expresiones.

Me dije a mi misma, este juego puede que sea interesante, pero que horror, tampoco soy tan experta como para adivinar y me preocupa el hambre que tengo.

Con mi mano a tientas, tomé lo que me pareció al tacto un tomate, por su forma un poco redonda, pero no perfecta como una naranja, era suave pero firme, le dije que estaba segura de que era un tomate.  Me pidió que lo oliera, creo que nunca había olido un tomate con tanto aroma, entonces le confirme que era un tomate. Luego acercó a mi mano algo más diciéndome -Toca suavemente, como si quisieras más bien acariciar-.  Al colocarlo en mi mano, sus dedos rozaron mi palma, y delicadamente puso su otra mano palma arriba debajo de mi mano, la cual apoye en la suya.  Sentí un cosquilleo, el sutil roce se intensificaba. No era que nunca nos hubiéramos rozado, pero no recuerdo tanta intensidad. Un escalofrío me comenzó a recorrer el cuerpo, trate de disimularlo.  - ¿Qué crees que es?

Antes que pronunciara yo alguna palabra, uno de sus dedos se posicionó en mi boca e hizo un sonido -¡Shh! no me digas aún, explora con tus sentidos. 

Era pequeña, no era cuadrada, pero tampoco redonda, sino que se alargaba como un triángulo, su suavidad le confería delicadeza al tacto. El guio mis manos hasta mi nariz, y al percibir su olor, no tenía dudas, era una fresa.   

-Te arriesgas a cocinar sin ver? -me preguntó.  Le dije que sí, aunque me parecía trampa, yo tenía la desventaja de no conocer el lugar, y sin verlo, sería más complejo. El solo me dijo: -No te preocupes, no es una competencia. 

 Aunque tenía mis ojos vendados, pude entender que esto le había provocado esa sonrisa risueña en sus labios, que lo hacía verse pícaro, comencé a olvidar que tenía hambre. 

-Vamos a arriesgarnos un poco más. ¿Te parece si tomas un cuchillo? -Y me guio hacia una gaveta, tomándome nuevamente de mi cintura, sentí su mano tibia, y como si yo hubiese tenido frío y él era ese abrigo que estaba deseando, me produjo una sensación de placer.  Me dijo, que tuviera cuidado, y sacara uno de los cuchillos.  Me rodeo por la espalda, acercando su cuerpo al mío, no dejando espacio ni para que el aire pasara entre nuestros cuerpos. Sentí su suave respirar en mi nuca. Un suspiro se escapó de mí, al momento que tomaba mi mano, hacia los cuchillos para que seleccionara uno. Me pregunto si podía describir lo que sentía -enrojecí inmediatamente y el termino la frase -al tocar los cuchillos. Agradecí estar de espaldas para que no notara el rubor en mis mejillas.  Le conteste que se sentían fríos, duros al tacto, su hoja -Cuidado -me dijo -es filosa.

¡Muy tarde! Sentí un dolor en mi dedo, y unas gotas de sangre correr.  Él alejó el cuchillo, tomó mi dedo y lo llevó a su boca, sentí que succionó mi sangre.  Volvimos donde estábamos originalmente, yo aun con los ojos vendados. El seguía tan cerca de mí, comencé a temblar, me preguntó si tenía frío con su voz suave, cercana.  Realmente no tenía frío, pero necesitaba el calor de su cuerpo.

-Ven creo que esto te puede gustar más que cocinar a ciegas, y me llevo hasta una silla, ¿qué te parece una copa de vino? y se alejó de mí y aunque la idea del vino me encantaba, sentir como su cuerpo se alejaba del mío, me hizo sentir mucho frío. 

Escuché el sonar de las copas y luego el abrir de la botella. Me dio el corcho para olerlo, sentí nervios de tener que adivinar cual vino era, pero no lo preguntó, me dijo si me gustaba el olor, a lo que asentí. 

Sirvió la copa, ambas copas.  Se me acercó.  Me ofreció saborear el vino únicamente en el borde de mis labios. Su brazo abrigó mi espalda, y me volvió delicadamente un poco hacia una posición donde estuviéramos frente a frente.  Su mano acarició mi mejilla y bajó hasta mi barbilla, sus dedos rozaron mis labios, con unas gotas de vino.  Yo sentí deseos de morderle suave, pero con intención. Creo que se dio cuenta, ya que me dijo: -Saborea el vino solo en tus labios.

Yo deseaba acercar su cuerpo más al mío.  Pero él me acercó la copa, para que oliera el vino.  Sentí notas a frutos silvestres, tal vez chocolate, madera, pero lo que realmente quería oler, era a él.

Tomando mi mano, acercó la misma a la copa, al asegurarse que la tenía agarrada, me pidió que bebiéramos un poco, y que lo dejara un rato, en mi paladar, para poder sentir su intensidad. 

Yo estaba totalmente rendida. Rendida a querer estar con él, a quitarme esa venda de mis ojos, o tal vez no, ya no tenía apetito, tenía un deseo mayor.  Deseaba sentirlo a él; olerlo; tomarlo. Morderlo.

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